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Nota: esta colaboración fue publicada en la edición regional de Diario de Noticias de Navarra, el 20 de agosto de 2003. DEL FESTIVAL AL PARQUEUna estrecha carretera de montaña sin cunetas y en cuyo asfalto penetran los materiales que desde la montaña ha arrastrado el invierno, nos acerca a un pueblo en ruinas que parece emerger de un bombardeo maquillado por la labor de potentes excavadoras. En este caso, la maquinaria pesada no está completando su destrucción, sino que abriendo zanjas por las intransitadas calles permite que un equipo de sudamericanos tienda las tuberías de saneamiento y abastecimiento que faciliten su recuperación. Son obras sin ningún tipo de protección, que pueden hacer que demos con los huesos en el interior de un pozo de registro. Las casas, antaño enhiestas y después abandonadas, han sufrido el paso del tiempo y la labor destructora de quienes aprovecharon la ausencia de vida para arramplar con dinteles, pilastras, alféizares, y cuanta piedra, esquinera o no, hubiera sido desbastada y trabajada por la mano del hombre. Desde hace unos pocos años, las ruinas van siendo sustituidas por anárquicas construcciones de estilo alpino adaptado, con escasa fidelidad a lo anterior (hasta el crismón de la reconstruida iglesia aparece girado hacia oriente), pero que siguiendo la costumbre de la comarca graban en el dintel el nombre del propietario y el año de construcción. Estamos en el interior del Pirineo, en un despoblado que lamido por un pantano nos recuerda a Granadilla de Cáceres, y que tiene el nombre del que tomo apellido Juan de Lanuza, último Justicia del Reyno de Aragón. Sólo a una autonomía como la aragonesa, con fama de centralista y a la que le duele la macrocefalia de Zaragoza, se le puede ocurrir hacer un festival de música en uno de los lugares más alejados del Paseo de la Independencia, y del que pocas sinergias y economías de escala puede obtener. No obstante, la apuesta es clara, y con ella se busca mantener, a través de la música, la economía de unos valles que durante el invierno viven de la nieve. Cascada Cola de Caballo, en el parque nacional de Ordesa. Pirineos de Huesca. El de Lanuza es un recinto pequeño con gradas metálicas recostadas al declive del terreno, ante las que emerge, en el pantano, como si de una isla se tratara, el escenario de las actuaciones. La infraestructura es parca, con difícil acceso no apto para minusválidos, y sin gran pretensión recaudatoria: encima del recinto, siguiendo la pendiente, un concurridísimo "palco de los sastres" permite escuchar el concierto a quien no dispone de los quince euros que cuesta la entrada. Nosotros, en primera fila de gradas y rodeados de treintañeros, nos asombramos de cómo coreaban la letra y acompañaban canciones que estaban en boga antes de que ellos nacieran. Era la magia de músicos como Oscar de León, que hacen danzar a las piedras, y siguiendo su ritmo la gente levantaba una nube de polvo que se mezclaba con el olorcillo que llegaba desde un cercano rebaño encerrado entre las ruinas y el agua. Este recinto agreste se complementa con las actividades que se realizan en Sallent de Gállego, en cuyo paseo, mientras vimos cómo la Guardia Civil levantaba unos puestos de artesanía que no debían tener mayor pecado que no haber solicitado licencia ni haber pasado por Hacienda, en un puesto libanés, al abrigo de la carpa de actuaciones, degustamos café con cardamomo y observamos, dada la cantidad y variedad de perros que circulaban libremente, que al reclamo "Mercados del Mundo" podían añadir "exposición canina". Visto desde aquí, nadie imagina que a nuestra Diputación Foral se le pueda ocurrir programar el Festival de Pamplona -no se le puede llamar de otra manera a lo que oficialmente se denomina como Festivales de Navarra- en un lugar perdido de nuestra orografía, bien fuera en el despoblado de Sabaiza, en la Valdorba, o en el incomparable marco del Valle de Lana, en Tierra Estella, alejado de una Pamplona que pronto padecerá jaquecas. En nuestra comunidad foral parece que, haga lo que haga la Administración, la legitimidad histórica impregna todos sus actos y le autoriza a tomar decisiones que hieren la sensibilidad de los navarros y desestructuran nuestro territorio. Así, con falso aire de modernidad y rindiendo pleitesía al poder económico se empeña en repetir experiencias fracasadas intentando concentrar todo en Pamplona, y algo en Tudela, para que cuando con el tiempo se haga evidente la necesidad de dar tono vital a una Navarra que habrá quedado convertida en un escuálido esqueleto que sostiene, mal o bien, una desmesurada cabeza, quizá nos demos cuenta de que es demasiado tarde. ¿Pero qué les importará a nuestros políticos si durante esta travesía numerosos egos han quedado satisfechos y abundantes bolsas repletas? En Aragón, y en tantas otras autonomías que quizá no tengan nuestro pedigrí equilibrado y descentralizador, aburridos de ver páramos y Monegros donde no los había se dan cuenta de que la concentración, en este caso cultural, sólo beneficia a la economía de unos pocos mientras perjudica al desarrollo armonioso de los pueblos y a la calidad de vida de sus habitantes. Así, a lo largo de la piel de toro vemos Peraladas, Almagros, Benicasins, San Javieres, y tantos y tantos exitosos festivales que se celebran lejos de donde se concentra el poder económico y político. Son autonomías, prosperas unas, modestas las más, regidas por lugareños y gentes pegadas al terruño, en claro contraste con una Navarra exitosa, pero a medio camino, que busca consejeros, altos cargos y alcaldes en personas de arribada sin más vinculación a la tierra que llevar equis años residiendo en la capital, y con un bagaje lleno de títulos entre los que destaca la pertenencia a una comunidad universitaria elitista y centralizadora. ¿Se puede pedir a la Barcina, y a gente parecida ante cuyo glamour tantos navarros se sienten deslumbrados, una menor glotonería y que en sus selectos cerebelos quepa algo más que Pamplona y el complejo de Gorraiz? ¿Deberíamos obligarles a pasar por un cursillo de subsidiariedad y navarridad? En este mundillo económico en el que se atribuye a la concentración empresarial la solución de todos los males, ¿se puede pedir a los altos cargos que nos gobiernan, con viaje de ida y vuelta a la empresa privada, que piensen en el desarrollo de las unidades menores que escapan a su interés empresarial? Parece difícil, y, así, se llega al absurdo de querer concentrar la actividad cultural del estío en la capital, mientras el ciudadano busca salir de ella a lugares más frescos y naturales. Es el tributo que pagamos a un neo-centralismo navarro que abomina de experiencias señeras y exitosas como UIMP. Es, también, como la prepotente estupidez de los nuevos ricos, cuyos sentidos, atrofiados por el vértigo de su rápido enriquecimiento, no son capaces de apreciar sutilezas y finuras si no van unidas al dólar o al euro. Despoblado, recinto del festival, y pantano de Lanuza, Valle de Tena, Pirineos de Huesca. Para escapar de este panorama, como terapia y vacuna y con el deseo de conocer la cercana experiencia que desde hace doce años se desarrolla en el valle de Tena, nos acercamos al Festival Internacional de las Culturas, "Pirineos Sur", para poder escuchar la voz y vibrar con el ritmo de artistas como Vicentico, Tania Libertad u Oscar de León. Para disfrutar de Carlinhos Brown podíamos haber aguardado a su actuación en la ciudadela pamplonesa, pero no nos dio la real gana: desde que el Gobierno decidió concentrar en Pamplona toda la actividad de los festivales, no hemos contribuido a engrosar el número de los asistentes, ni es previsible que lo hagamos: preferimos dejar el asiento que antes ocupábamos para que lo llenen invitados y gente de parecida condición, que, de esa manera, a precio de novena permiten que el Gobierno presente buenas estadísticas y malos números. Si la concentración cultural se hubiera producido al socaire de la puesta en marcha del Baluarte -a pesar de estar gestionado por una empresa privada-, hubiera tenido alguna justificación; pero en el momento en que se concentró, y con los motivos que se arguyeron, no nos pareció aceptable la decisión y desde entonces practicamos, en pasiva resistencia, una huelga de asistencia a los Festivales, mal llamados, de Navarra. No es ningún secreto que en Navarra se utiliza la cultura y la naturaleza para fines espurios, ni hay que ser muy lince para darse cuenta de ello. Lo pudimos comprobar, una vez más, cuando entre actuación y actuación fuimos a pasear por Ordesa y tuvimos que dejar el coche en Torla para desde allí subir en autobús dentro del cupo máximo de 1.800 personas autorizadas a pasear simultáneamente por el parque. Esta forma de proteger la naturaleza evitando los perniciosos efectos de la masificación de visitantes, no es privativo de Ordesa y se da en todos aquellos parques que hacen honor a su nombre y categoría, bien sea prohibiendo el paso de vehículos particulares y limitando el acceso o, como en los Picos de Europa, reduciendo a la mínima expresión la capacidad del funicular de Bulnes que nos adentra en la montaña. En nuestra autonomía, no sólo se cambian a la carta las zonas y áreas de protección, sino que se piensa convertir en objeto de consumo masivo el parque de Las Bardenas, llenando su área de protección de atracciones de feria. Practicando senderismo por Ordesa, y a pesar de no haber papeleras, ni siquiera en los márgenes del transitado camino que por las Gradas de Soaso nos lleva a la Cola de Caballo vimos desperdicios y papeles, siendo el elemento más contaminante la bosta de unas vacas que por razones de productividad no responden a las razas pirenaicas. Lo demás es un santuario natural ante el que abren respetuosos los sentidos, disfrutando de aquello que Dios, el carbono y el sol nos ha dado. Todo en el Parque está presidido por el respeto a la naturaleza que practican los miles de personas que diariamente pasean por él, los cuales van a disfrutar de esos espacios vírgenes y libres, y no atraídos o engañados por la presencia de un Disney Word en sus proximidades. Nosotros, poco precavidos, sin proponérnoslo, pasito a pasito llegamos hasta los pies de la cascada Cola de Caballo, y tras seis horas de caminata regresamos al punto de partida con lo mismo que llevábamos al salir. Por no llevar, no llevamos ni bocadillo, y con un madrugador café con leche y dos tragos de agua se presentaron las siete de la tarde con los fogones cerrados, de manera que, para no desfallecer, junto al túnel de Cotefablo dimos cuenta de las sobras de pan, chorizo de la carnicería Magallón y vino de Cirauqui que quedaron del bocadillo que preparamos como tentempié para no desfallecer entre Estella y Biescas. Ordesa ofrece un contraste muy fuerte con el parque temático Senda Viva que por estas fechas, haciendo plastilina de su área de protección, se va a inaugurar a las puertas del parque natural de Las Bardenas. Pretender que todo el mundo, y cuanto más gente mejor, después de contemplar elementos tan ajenos a la zona como puede ser un lago artificial, un pueblo de cartón piedra, o animales, aves, y reptiles del trópico, se adentre por la estepa bardenera añorando las palomitas y la coca-cola que consumió mientras contemplaba leones a la sombra de parasoles de estética bananera, es un despropósito que sólo se le puede ocurrir a políticos que usan y abusan del respeto a la Naturaleza como medio de cubrir sus intereses. No se puede obtener mejor producto de la coctelera en la que, mezclando Urbanismo y Medioambiente, se utiliza éste para encubrir las agresiones a la Naturaleza y su utilización para fines opuestos a los que se enuncian. Si Senda Viva se hubiera hecho lejos del parque -de cualquier parque- poco se podría objetar. El adicto a las atracciones de bote hubiera ido a nuestra Disneylandia foral, y el que hubiera querido contemplar la belleza natural bardenera hubiera ido a pasear por ella con respeto. Ahora sólo falta que en Senda Viva, con Gayarre de sheriff (¿será que por meterme con sus trinos, el periódico de la competencia no me publicó un artículo que hoy puede leerse en la sección "no publicados" de mi página web?), después de contemplar un duelo al estilo del Oeste pongan una tribuna para que la gente vea cómo, en el Polígono de Tiro, los pájaros de acero acribillan el yermo paisaje. Hay que tener poca fe en la capacidad de atracción de La Bardena para ponerle un parque temático de señuelo. Hay que tener poca decencia para intentar masificar el Parque pretendiendo hacer de él un negocio puro y duro que se pretende dulcificar hablando de Naturaleza. El fruticultor sabe que para que sus árboles den buenos frutos debe podar los chupones que absorben la savia. Senda Viva es un chupón, creado artificialmente por algún político o funcionario de interesadas miras, que en su desarrollo ha secado iniciativas más modestas e interesantes como las de Isaba o Arróniz. Senda Viva es algo artificioso y artificial, que ha equivocado el emplazamiento y que desde antes de la inauguración ha empezado a dar problemas. Senda Viva es un proyecto derrochador, cuyo coste, en gran medida, han tenido que asumir organismos oficiales y paraoficiales porque el capital privado ha sido renuente por no ver la adecuada rentabilidad, y cuyo déficit pagaremos todos los contribuyentes. Senda Viva se ha instalado a las puertas de Tudela, en uno de los pueblos riberos de más escaso patrimonio artístico, en el que figura, en un edificio ruinoso y vacío, el escudo que un miembro de mi familia colocó en el frontispicio de su casa. Senda Viva es un proyecto tan dudoso como "la tierrica de Valmayor, a la que tan pronto le pasa el frío como el calor", de cuya idea original y padrinos deberíamos conocer el nombre para reconocerles la idea o aplaudírsela en la cara. |
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